IMPRESIONES (2015) 

17 de enero, fui al MALBA.  Salí de estación Constitución hacia la izquierda de avenida Brasil para abordar en calle Salta el colectivo 67, frente a la Saladita de Constitución, sordidez total, en plena vereda, un hombre, así porque si aborda a una trabajadora sexual.   En otra esquina tres chicas adolescentes esperando clientes.  El MALBA está en Barrio Parque, es otro mundo.  Vuelvo en taxi hacía Corrientes y Junín, enclave de paisanos, sin darme cuenta paso por la puerta de un sex shop llamado Buttman, y sale un señor pelirrojo de ahí como si nada, recorro librerías que usualmente no llego a caminar esa zona. Tomo mi café en “El gato negro” en Corrientes 1669, declarado bar notable, muy lindo, mesas redondas y sillas thonet, grato aroma a especias y café recién molido.   

23 de marzo 

Otra vez calle Salta parada del 67, a una chica en la esquina se le acerca a un cliente y se van.  Anteriormente, por calle Hornos un hombre, potencial cliente, se acerca a una chica, le habla, pero ella se va.  Subo al colectivo que avanza por Salta hasta doblar en av. San Juan para entrar al Metro bus,  el mismo hombre de la calle Hornos, que fue rechazado, se cuela entre los autos, va muy ansioso, apurado, algo desencajado, parece que todas las chicas lo rechazan, ninguna lo quiere atender.  

29 de marzo 

Salida al cine en C.A.B.A. voy a la función de 17.30 hs. Al centro cultural General San Martín, después de muchos años y a ese horario. La salita es chica, muchas personas, como yo, asisten solas.  A la salida caminata por Corrientes que nunca duerme, filas para el teatro, la más larga es “Piel de Judas” con Susana Jiménez, la gente quiere reirse.  

10 de octubre 

Era un finde largo, gris, desangelado, anunciaban lluvia y la hubo después.  Había buscado inútilmente una salida hebdomadaria, rebuscando en todas las agendas culturales virtuales que encontré, pero nada me convencía…estaba a punto de claudicar, pero ganas de salir tenía.  El tiempo feo de la mañana iba mejorando hasta que al mediodía salió el sol.   Yo seguía indecisa: el Museo de la Ciudad en San Telmo o el MALBA.  El primero, más cercano no me atraía por el momento sus exposiciones y el segundo más distante no me daban ganas de alejarme tanto en esa tarde.  Hasta que finalmente me decidí:  iría a conocer de una vez por todas la Basílica de Santa Rosa de Lima, dedicada a mi santa patrona, en la avenida Belgrano, porque es una vergüenza que no la conociera. Siempre tuve la intención, nunca concretaba. Finalmente después de almorzar me lance hacia el objetivo.  Al llegar y entrar a la Basílica, luego de pedir los tres deseos como es tradición al ingresar a un templo católico por primera vez, comencé a observar todo los detalles que pude, ya que mi movilidad estaba acotada por la celebración de bautismos. Aún así pude disfrutar de la vista de la magnífica cúpula con mosaicos estilo bizantino que me trajeron recuerdos de la película documental “La Biblia” de Marcel Carné y el mármol de Carrara presente en todos los altares, el buen gusto del arquitecto Christophersen, las columnas de mármol verde, los bronces dorado y las estatuas del mismo mármol que los altares.  Descendí a la cripta, repleta de chicos en clase de catecismo que quizá no sepan dentro de que tesoro se estaban preparando para tomar su primera comunión.  En el altar mayor hay una réplica de la Pietá de Miguel Ángel y la tumba del alma mater y benefactora del templo, la marquesa pontificia doña María Unzué de Alvear.  Ese título era otorgado, antes del Concilio Vaticano II, por los Papas, y otorgaba el privilegio de la sepultura en un templo construido por ella.  Se cuenta que una primera dama, esposa de un tres veces elegido presidente de la República pretendió tener ese título y para lograr su objetivo viajó a Roma.  Volví a  la calle y tomé un taxi que me llevó a la calle Corrientes, la merienda en Starbucks y la vuelta a casa, un sábado para recordar y el cerebro despejar.   

Enero  

Era una calurosa tarde de domingo, el primer fin de semana de enero de 2015.  Como la canícula no aflojaba, abrí la puerta que da al patio de adelante para aliviar un poco.  Aún había luz.  En un verano en que no me fui de vacaciones porque tenía que hacer reparar los techos del departamento, las posibilidades se reducen a un fin de semana de salida o un día de visita consabida a mi amada Buenos Aires, la reina del Plata de encanto, a la que cada vez quiero más y conocer más y entonces prendí la computadora para buscar alguna propuesta interesante en la agenda cultural de Buenos Aires.   Mis dedos se posaron sobre la notebook y voilá, al azar aparecieron salidas al casco histórico de Buenos Aires, un cronograma de visitas a los lugares más significativos y antiguos de la C.A.B.A.  Me interesé particularmente en dos de ellas: el Salón Dorado del Diario La Prensa (hoy secretaría de Cultura de C.A.B.A.) y el Club Español.  Cumplimenté el correo electrónico para reservar el lugar ya que eran visitas gratuitas con cupo y esperé tras algunos días la contestación que fue afirmativa y allí fui…a conocer una joya de la arquitectura de fines del siglo XIX, de la Argentina rica, feliz e inocente. Yo sabía la historia del diario La Prensa, el mejor de América del sur, el más leído de su tiempo, hasta la segunda mitad del siglo XX, difusor de la cultura desde su instituto de conferencias y baluarte contra el autoritarismo y la estupidización que nos viene imponiendo desde hace más de 70 años el peronismo y su metamorfosis el kirchnerismo.  Yo sabía de la magnificencia pero grande fue mi asombro cuando al observar con extasiada novedad: la boiserie dorada, los frescos neoclásicos alusivos a la mitología grecorromana, a las musas y las ninfas, a las artes: pintura, escultura, música, salón dorado a la vez sala de conferencias y conciertos, que la dictadura populachera que parece eternizarse en nuestra patria, supo expropiar y expoliar…y aún así se conserva, como los buenos vinos, en su antiguo esplendor.  

La boiserie estaba recubierta de dorado a la hoja que se fue perdiendo con el paso del tiempo, la falta de mantenimiento deterioró los nobles materiales del edificio.   Aunque tiempo después se restauró con pintura sintética al igual que el palco para la orquesta.  

Unos quince días después tuve la respuesta positiva a la visita al Club Español pocas cuadras de ahí.  Yo había entrado anteriormente con motivo de una fiesta de casamiento de un familiar, pero como dicho evento se realizó en horario nocturno, no pude apreciar totalmente el valor de esta otra joya arquitectónica, que tampoco podíamos recorrer completa.  

Esa mañana nos recibió un señor canoso, amable y culto, al grupo integrado en su mayoría por jubilados y jubiladas, eran las 10. 30 hs. De la mañana hacía bastante calor pero valía la pena el madrugón y el viaje.  Ya reunidos nos aprestamos a seguir al caballero para recorrer los casi siete pisos y terraza, todo verdaderamente fascinante, desde la escalinata de mármol de Carrara del hall de entrada que lleva a un rellano donde está expuesta la escultura de “La bailaora” de Mariano Benlliure, una obra en el mismo material que representa a una bailaora gitana cuya falda tiene el efecto de movimiento, y que fotografiada en varios planos y secuencias muestra el movimiento de la falda y la enagua.  En vano la reclama es estado español, es un regalo del escultor a la Argentina, permanecerá siempre acá.  Luego bajamos a un subsuelo en el cual se encuentra un salón de recepciones oficiales, decorado simil la Alambra de Granada, con estucado verde y rojo y con pinturas al fresco realizadas por la artista franco argentina Leonie Mathis, que le dan una atmósfera muy particular.  

El salón central para fiestas tiene un bar que se cierra y abre como un biombo Coromandel y en el se celebra el campeonato mundial de tango. 

  Imperdible es otro salón para fiestas con escenario decorado con la apoteosis de España en Argentina y América.  Los colores de las molduras en castaño oscuro dan al espacio una luz señorial apta como locación para películas.  El ascensor en forma de jaula fue el primero que se instaló en nuestro país, regalo de la Infanta Isabel de Borbón, que nos visitó para 1910, en los festejos del Centenario.  La Chata, así la llamaban, vino en representación de su sobrino nieto, el rey Alfonso XIII y precisamente se alojó en el Club Español.  La biblioteca guarda libros incunables y tiene una galería con las fotografías de los presidentes del club.  Luego la terraza con la famosa cúpula de tejas de cerámica con esmalte dorado y tiene vista panorámica de la ciudad de Buenos Aires. Para coronar mi visita, almuerzo en Tienda de Café y mi infaltable caminata de pescadora de libros por Avenida de Mayo y Corrientes.   

 

El Tortoni (junio de 1992) 

La primera vez que pisé el Café Tortoni fue un sábado de junio de 1992.  Esa tarde había ido a la desaparecida Fundación Banco Patricios sobre avenida Callao a ver una exposición de fotografías de cine mexicano, en la cual descubrí que había actores llamados Moctezuma y Chaflán (luego mi mamá muy conocedora de todo lo que fuera cine me contó que Moctezuma trabajó con Zully Moreno en la película “El barro humano” obviamente dirigida por Amadori).  

Esa tarde tomé un simple café porque estaba a régimen. 

Tardé en volver 21 años, en 2013 con una excursión por Puerto Madero y el Cabildo y Plaza de Mayo con la gente de la Unión de Educadores de Lomas de Zamora.  En esa ocasión, no me pareció verlo tan deteriorado ya que la primera vez que fui si observé bastante dejadez, sobre todo los espejos húmedos y desgastados.  También hacía la misma cantidad de tiempo que no pateaba literalmente la Avenida de Mayo, había dejado de buscar libros de saldo, muchas librerías habían cerrado y sólo quedaban dos. 

Al volver fue como entrar a otro mundo, no reconocí el lugar, muy cambiado, más atractivo y cuidado.  

 

Museo Fernández Blanco (noviembre de 1992) 

 

El museo de arte Hispanoamericano de la calle Suipacha se engalanó en esa fecha con la exposición retrospectiva de Leonie Matthis, organizada por Gutierrez Zaldivar y auspiciada por Taragüi, que servía gratis infusiones frías o calientes.  Toque pintoresco para atraer público, lo cuál es bastante válido.  Uno de los cuadros de esta artista tiene una historia especial porque fue el último que pintó y finalizó la víspera de su fallecimiento el 26 de julio de 1952, justo el mismo día que Eva Perón.  En el cuadro se observa a un sacerdote llevando el viático a un enfermo en la Buenos Aires colonial.  Explicaban que fue premonitorio.  Una señora que observaba al lado mío y leía el cartelito con la información exclamó:  …”ese carnaval fúnebre que tuvimos” (obvio el velorio que duró dos semanas, de la luego proclamada Jefa espiritual de la Nación).  

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