La foto es en
blanco y sepia, de principios de la década de 1930, en un jardín hay cuatro
chicos: dos nenas y dos varones. Tres de
ellos sentados sobre un banco con un cerco de fondo y uno de ellos montado en
su triciclo. La mayor de las chicas, de unos 7 u 8 años le dicen Beba y
sostiene en sus rodillas a una bebe de un año mas o menos, a la cual llaman
Porota, al lado de Beba está Titín, un
nene de unos tres años, hermano de Porota.
El nene del triciclo es Pacheco, el hermanito de Beba. Titín era mi
papá, Porota hubiera sido mi tía. Beba y
Pacheco eran vecinos y entrañables amigos de Titín y Porota. Quiso el destino o la Providencia que la más
chiquita de la foto, partiera antes que todos en un desolado febrero de 1944 a causa de una
meningitis, con apenas 12 años, solo
unos meses antes que llegara la medicina salvadora, la penicilina y que la
mayor de todos, Beba fuera la última en partir siendo nonagenaria. Ella y su
hermano fueron muy compañeros hasta el final, como no conocí a mi tía, salvo
por el relato de mi papá, estoy convencida que también, de haber vivido,
hubiera sido incondicional compañera de su hermano. Porota se llamaba en
realidad Berna Rosa, por sus dos abuelas, mis bisabuelas, tenía dos años menos
que mi papá. Cómo su muerte provocó
tanto dolor en mi abuela Rosa, no se podía hablar de Porota en presencia de
ella, aunque su retrato, ampliado y retocado por estudio Witcomb, presidía el
vestíbulo de la casa. Cuando mi abuela
no estaba mi papá relataba anécdotas de su infancia compartida y luego de
fallecida mi abuela las fotos empezaron a circular sin ningún inconveniente.
Esa misma cabecita pelada se llenó de rulos y así se mantuvo hasta la última
foto que le tomaron en vida, inmóvil en una silla, al lado de la tía Yiya. Los recuerdos de mi papá y de otros
familiares me fueron dando algunas pistas.
Una tía abuela, la tía Nenia me contó que era una chiquita alegre y
cariñosa, que estudiaba baile y piano, en una foto también está con mi papá,
disfrazados para un carnaval, el de Pierrot y ella de Colombina mirando con
expectación y asombro hacia la cámara, quizá hacia el mundo que intuía que
abandonaría pronto. Están abrazados, ella parada sobre una tarima para igualar
la altura de su hermano. Es una foto de
estudio, la tengo yo en un mueble con todas las fotos familiares, esa misma
expresión se observa en la bebé de la foto tomada un mediodía de sol. Que
seguramente también como a todos los chicos le gustaría jugar, el único
testimonio de su escritura lo supe ver en una caja de juguetes de encastre de
madera, en cuyo costado ella escribió con lápiz su nombre: Berna Rosa. Tita, la prima compinche me supo
contar: “¡Cómo jugábamos con la Porota!, también me refería
que en una reunión familiar, mi abuela le dijo a mi tía: “no comas tantas galletitas porque sino te
vas a poner gorda como Tita”. Que seguro le gustarían coleccionar y pegar en un
álbum figuritas con brillantina o pintar con acuarela libritos editados
especialmente para eso, como pude comprobar entre los objetos con que nos
permitían jugar. Luisito, otro primo, el
único por parte materna y diez años menor que mi papá y mi tía dijo una vez
recordarla ya sentada en la silla de ruedas. Una profesora de danza, vecina y
allegada a la familia me contó una vez, siendo yo bastante chica, que mi tía
estudiaba con ella y tenía una hermosa colección de vestidos que yo nunca ví,
ya que mi abuela guardó todo lo referido a mi tía y luego, en una mudanza creo
que tiró todo. Sigo observando en la foto en esa mirada de ¾ de perfil, rasgos
que se repitieron en la familia, en mi sobrina Florencia y en mi sobrino nieto
Lautaro, en mi sobrina Lucía también. Una
vez, ya muerta mi abuela, mi mamá me dijo que vio otra foto de la tía Porota y
el parecido con Florencia le dio escalofríos. La misma frente amplia y los
cachetes, hoy dirían la genética nomás. Luego
de la muerte de Porota la vida continuo.
Papá se cruzó con mi mamá, Pacheco mucho antes con Marta, Beba nunca se
casó. Pero la amistad se mantuvo inquebrantable
hasta que en 1998 mi
papá fue el primero en partir, a raíz de su ida, mamá se refugió en si misma y
siete años y medio después siguió a papá. Yo retomé el trato con Beba y Pacheco
tras la muerte de mamá, era un trato muy telefónico. En 2012 se fue Pacheco y
el domingo de Pascua de 2015, se fue Beba, era la mayor de la foto, y la última
sobreviviente.
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