AHORA QUE MARIANA ENRIQUEZ SACO UN LIBRO SOBRE CEMENTERIOS...

 Ahí va lo mío :

LA CHACARITA:


La primera vez que oí la palabra yo tendría unos tres años.  El tío Pepe, de saco, corbata y sombrero panamá le avisaba a la tía Flora que se iba a la Chacarita.  Me sonó a lugar chiquito, de juguete.  Bueno, yo era una nena y todo era chiquito y de juguete.  A su vez, mi familia materna pronunciaba “Chacarita” muy seguido, luego supe porque, cuando unos años después pisé por primera vez el citado camposanto y entre fantasía y realidad recuerdo caminar a través de una galería de nichos que terminaba en una extraña gruta oscura que a lo lejos semejaba a la Gruta de Lourdes, ilusión óptica o no se…tal vez otra cosa…nunca más intenté volver a verla. 

Conforme pasaba el tiempo, aunque yo era una criatura, debía acostumbrarme a cumplir un ritual familiar de la visita a los cementerios, cuestión que agradezco, aunque parezca mentira,  los cementerios inspiran muchos relatos, cuentos, novelas, poemas, películas, obras de teatro…un sinfín de posibilidades, porque a los muertos no les tengas miedo, cuidate de los vivos, máxima que me fue inculcada y siempre me acompaña.  El recuerdo segundo y real era un campo sembrado de cruces blancas de mármol o de cemento pintado simil mármol o de madera pintadas de un marrón achocolatado cuya vista me llevó a inventar un juego simple alternando el blanco como crema y el marrón como dulce, así como un tateti repetía:  dulce, crema, dulce, crema.

Tuve ahí mismo la impresión primera de la existencia de la muerte al atravesar la sección de niños, los canteros de uñas de gato de menor tamaño y la tumba de un chico adornada con los autitos de juguete que le pertenecieron y motivo la exclamación de mamá, el miedo inexplicable de toparme con la tumba de Carlos Gardel lo que me llevaba a taparme los ojos y simular estar dormida, las calles con números, la nota de color en la bóveda de la Madre María con sus sempiternos corazones de claveles blancos y rojos, siempre frescos que mi papá nos señalaba cada vez que pasábamos por ahí.

No puedo olvidar un día de los muertos de principios de la década del setenta, una tarde soleada en la que de la mano de mamá y la abuela Luisa llegué a ver escenas dignas de una película de Almodóvar mezclada con neorrealismo italiano y Eisenstein en el día de los muertos mexicano, los deudos que luego de limpiar las bóvedas recuperaban energías tomando mate con facturas, adentro de la misma sentados en sendas sillitas plegables. 

Pasados cinco años, por reglamento, se debían renovar las sepulturas o levantar y reducir y les toco el turno a Tía Flora, Margarita y tío Pepe.  Por lo tanto sus huesos fueron a dar a una galería, la número nueve, a metros de la entrada por Av. Jorge Newbery.  El marmóreo nicho estaba en el segundo subsuelo, al cual accedíamos bajando escaleras los cuatro chicos acompañados de mamá que solía comentar el agradable fresco que corría en dicha estancia los días de verano.  En 1980 hicimos una visita y luego nunca más, nunca pregunté, si recuerdo de aquella vez la tumba de Jorge Newbery, transfigurado en mitad cóndor mitad hombre, cuestión que esa mole de bronce ennegrecido me impresionó bastante.  En 2005 recién volvimos para el sepelio de Tilda, una tía política de papá.  Es hasta ahora la última visita que hice, me llamó la atención una construcción de nichos subterráneos muy modernosa, al estilo Le Corbusier, dijo mi hermano.  No cierro la puerta, porque con La Chacarita nunca se sabe, eso si, fantasmas nunca vi.  

EL “MISTERIO” DE LA TUMBA DE JOSÉ INGENIEROS

(2019)


Era septiembre de 1976 y papá había tenido que encargarse de la reducción de los restos de mis bisabuelos y tío abuelo materno, restos que moraban en un nicho del cementerio de la Chacarita, que tenía un arriendo por 99años, pero un cambio de reglamento obligó a esa cuestión.  Por lo tanto papá marchó a necrópolis del oeste capitalino, para que dichos restos pasaran por el “fuego purificador” única manera de reducción para trasladarlos a la bóveda familiar del camposanto de las Lomas de Zamora, ya que la encargada de hacerlo, es decir mi mamá no podía.  Luego de relatar en la sobremesa nocturna los pormenores, papá contó que al entrar al susodicho Templo Crematorio de Buenos Aires, vio la estatua de José Ingenieros, dato al cual mamá respondió que estaba ese monumento allí porque al morir lo habían cremado y dispersado sus cenizas (Aclaro que ese era el tenor de las conversaciones de sobremesa familiares, tanto diarias como nocturnas, en días de semana y en sábados y domingos, simplemente a modo de información para no ofender a las almas puras y a los bienpensantes políticamente correctos, lo cuál no considero defecto de mi familia, sino que me ha servido el tratamiento de ese tipo de temas para no tenerle miedo a los cementerios).

Pasados los años y con el acceso a Internet inicie una búsqueda en la Web sobre la cuestión, pero no existen datos, solo unas fotos del lugar pero referidas al Crematorio de la Chacarita, en las cuales se observa al costado derecho de la entrada un monolito con la figura de perfil de Ingenieros esculpido en bajorrelieve pero no hay referencias sobre el mismo. 

De los biógrafos de Ingenieros: Sergio Bagú y Héctor Agosti, solo este último menciona el monumento a raíz de una ceremonia de homenaje a la que asistió.

El mayor detalle sobre la última voluntad de Ingenieros lo describe Enrique Díaz Araujo en su voluminoso trabajo “José Ingenieros” hoy casi inhallable, que tuve la fortuna de conseguir y leer en 2007.

Ahora bien, durante la larga cuarentena del 2020, hurgueteando en Internet descubrí una página de facebook de una asociación de crematorios de la república argentina en la cual reproducían una revista que editó la extinta Sociedad Argentina de Cremaciones, y en cuya portada se podía ver una fotografía más detallada de dicho monumento y con un epígrafe que indicaba que el mismo guardaba las cenizas de Ingenieros en una urna de piedra en su interior, aunque se la podía ver acercándose mucho.  El autor era el escultor ítalo argentino Troyano Troiani.  Parece que lo de la dispersión de cenizas pudo ser una fake news como se dice ahora.  Buscando, buscando…siempre se llega a la verdad aunque se tarde un poco…




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