EL POSTRADO

CUENTOS 

 

EL POSTRADO 

 

Érase un barrio del sur del conurbano bonaerense, no recuerdo exactamente el tiempo del relato, quizá el crepuscular segundo peronismo, la primaveral revolución libertadora o el temprano desarrollo frondizista a caballo del final de los cincuenta y el amanecer de los festivos sesenta. 

Érase un barrio de casas bajas, con enredaderas y arcadas, sin rejas con calle empedrada, de chalecitos nuevos y casas chorizo que resistían y aún resisten, érase un barrio familiar con papas, mamas, chicos y abuelos, de algunas solteronas y algunos solterones ensimismados…todos laburantes.  

Se contaba que en ese barrio tranquilo que no conocía el miedo al miedo, vivía una familia, entre tantas, con mamá, papá, y tres hijos varones, tres muchachos que trabajaban y no se irían de su casa sino cuando se matrimoniaran como Dios manda.  

Sin embargo pocos conocían al fantasmal papá. Según se decía estaba enfermo, tenía postración nerviosa y por esa causa hacía muchos años que estaba postrado en su cama y no salía nunca y era cuidado devotamente por su esposa. 

Mamá se desvivía por los chicos también, salía apurada a hacer las compras, cocinar, lavar, planchar, la ropa que usarían sus retoños, perfectos oficinistas, genio y figura de los trabajadores de cuello blanco, amos y señores en bancos y compañías de seguro.  

Pero de papá, nada o muy poco, postración nerviosa repetían, y algunos en el barrio lo imaginaban siempre en su cama, inmóvil, alimentado, aseado y cuidado por su esposa, sin siquiera pensarlo espiando tras las cortinas.   

Así pasaban los días, tardes, noches, semanas, meses, años, y la figura del señor era ya un misterio para los vecinos cuando no inexistente, casi nadie lo recordaba o lo podía describir, tan siquiera reconocer.   Sonaba a leyenda, a mito barrial, hasta que un día sucedió lo impensable… 

Mamá enfermó, grave, cáncer fulminante, unos meses y ya no estuvo. 

Los mentideros del barrio repetían: que harán los muchachos…y el postrado… 

Un día poco pensado, las voces del barrio se alzaron de nuevo, todos decían ver a un desconocido que se acercaba a los negocios, hacía compras, iba y venía sin prisa y sin pausa. 

Algunos (de los más añosos habitantes) entrevieron la respuesta,  lo habían reconocido, era el postrado, había vuelto a la calle, movido por la necesidad, para la cual no valía ninguna postración nerviosa,  porque nadie ya podía atenderlo y él tenía mucho que atender. 

  

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