La imagen suele repetirse, en sueño o en vigilia: es el fondo de mi casa, dónde viví mi infancia y adolescencia, poblada de vidas que están o no están, dónde el recuerdo campea a sus anchas para quedarse. Es un atardecer de otoño o invierno, nublado, oscuro prontamente, no hay arreboles ni grises, a veces llovizna, a veces no. Con la oscuridad se apaga el tiempo, seguramente es un domingo, las sombras se perfilan: el piso de cemento hasta el césped, separado por el cerco de madera, el árbol de la morera, el laurel, la palmera, el limonero, el duraznillo, los juegos, dan al jardín un perfil mayestático, la higuera, la parra, la hamaca, la corona de novia que se prolonga hasta la medianera marcando un final. La imagen está en mi porque es el caer de la noche que llama al refugio, cuando todo parece morir para renacer.